miércoles, 4 de abril de 2018


Querías parar el tiempo.
Era una tarde de primavera en la Alameda, y con una caña en la mano arreglábamos el mundo. 
El sol -y la cerveza- te había hecho sonrojar, y me parecías más adorable que de costumbre. Entre risas y suspiros confesaste que no podías creer que esa fuera la última vez que me verías.

Caminamos bajo un cielo pintado con el color de tus ojos, esos que me miraban con la nostalgia de lo que pronto dejará de ser.
Fue corta la despedida -así las prefiero.
Diez segundos, quizá menos.
Un ligero abrazo, unas frases hechas y adiós.
Pudimos para el tiempo...

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