Prefiero la noche en la que todos duermen y nadie puede oir mi lamento, en que la tenue luz de la luna no alcanza a iluminar mi rostro surcado de lágrimas, mis ojos llenos de angustia, mi mirada vacía y perdida; la noche en la que no me pueden ver.
Prefiero la soledad, amable amiga, fiel compañera y confidente. Con ella paso las horas más amargas, mas no pregunta nada, no me compadece, ni me trata de dar consuelo inútilmente. A su lado no tengo que ocultar mi dolor, ni reprimir mi llanto.
Prefiero el silencio, pues me aquejan palabras vanas, la música alegre, el ruido mundano de las risas febriles...el silencio absoluto en que siento que no hay nadie más, y la calma del mundo me arrastra a un remanso de paz creándose una tregua en la continua batalla que se libra en mi interior.
Prefiero la oscuridad, inmenso manto que me cubre y me esconde, que me protege de la mirada de compasión y de incomprensión de los demás, prefiero la oscuridad, en que mi alma negra se confunde y se mimetiza con la negrura, la oscuridad a la que pertenezco.
Prefiero la noche, reino de las sombras, donde sólo soy una sombra más.